domingo, 3 de septiembre de 2017

Recuerdos de "Los Condenados"

Este post es especial para mi porque va dirigido a una de las personas más importantes de mi vida. Mi pequeñito, mi sobrino Alex. Cuando leyó el artículo "Varsovia, un viaje que me cambió", me envió un mensaje al Washap:
"Tita, ¿vas a seguir escribiendo sobre guerras?¡Mola mucho!".
Y entonces me hizo recordar la época en la yo tenía su edad. Estudiaba octavo de EGB y hacíamos trabajos en grupo sobre la Segunda Guerra Mundial para la asignatura de Historia. Aquí empecé a apasionarme por el tema y, al poco tiempo descubrí un autor al que le dedique horas y horas. Sven Hassel.
No era un doctor en Historia, no era un erudito, no era Umberto Ecco. Era un soldado del ejército alemán que contaba lo que pasaba en el micro mundo donde vivía todo lo duro que la guerra significa.
Son solo vivencias, anécdotas, experiencia que transmitir para que la juventud no tenga una idea romántica y utópica de los conflictos armados.
Son las novelas que mi abuelo habría podido escribir sobre su paso por la Guerra Civil Española.
Ellos no sabían de fechas, estrategias o nombres de batallas. Te explicaban como eran sus camaradas, lo que significaba estar días y días en una trinchera bajo fuego de mortero.
Su primera novela, "La legión de los condenados" llego a mis manos por casualidad y, a partir de ahí, seguí leyendo y leyendo hasta que el tener dos o tres años más me hizo interesarme por otros temas.
Pero uno de los títulos que más me impresionó fue "Stalingrado".
Cuando Hitler decidió traicionar a sus aliados soviéticos e invadir Rusia hizo como muchos de nosotros, ignorar el pasado y cometer, por ello, los mismos errores que, en su momento, llevaron al mismísimo Napoleón Bonaparte a la derrota.
130 años antes los franceses acometieron esta gran campaña en la segunda mitad del verano. Las grandes extensiones de terreno recorridas por las tropas napoleónicas provocaron que, antes de llegar a Moscú, les alcanzara el invierno. Las tropas soviéticas, muy inferiores en número poco preparadas y con poco armamento, aguantaron, sin embargo el asedio de los franceses.
Y además, en su retirada hacia la actual capital, fueron destruyendo todo a su paso por lo que dejaron al ejército enemigo sin suministros (a mi me enseñaron en el colegio que esto era la técnica de tierra quemada pero luego he leído voces en contra de este término).
Por tanto Napoleón, con sus tropas desnutridas, sin el equipamiento adecuado para el clima invernal y la fuerte resistencia de los rusos no tuvo más remedio que capitular y retirarse.
Esto fue el principio del fin del gran Imperio soñado por el magnífico estratega, donde Europa fuera una sola nación.
Hitler intento la proeza en las mismas fechas pero, en vez de subestimar la grandes distancias a recorrer y la dureza del invierno ruso, pertrechó a sus hombres con equipo invernal.
Una buena idea si no hubiera sido porque las marchas maratonianas en mitad del verano cargando con toda la ropa de abrigo obligó a la mayoría de los soldados ha abandonar el equipo.
El ejército alemán consiguió llegar hasta su objetivo, Stalingrado, y allí encontró una resistencia que no esperaban.
Stalin había blindado la ciudad y tanto los combatientes como los habitantes sabían que era mucho peor intentar escapar ("Ni un paso atrás" era la consigna).
Las tropas invasoras fueron rodeadas y pasaron de ser los sitiadores a los sitiados.
Durante meses murieron de hambre, frío, enfermedades y los ataques constantes de los soldados rusos en incesantes incursiones al estilo de guerra de guerrillas.
Francotiradores rusos en Stalingrado 
Los alemanes no tenían descanso ni de noche ni de día y la ciudad se iba llenando de cadáveres putrefactos, como una inmensa tumba abierta, que lo inundaba todo de pestilencia y miasmas.
A la vez se inició un principio de guerra psicológica. Por los altavoces instalados en toda la ciudad se oía durante las 24 horas y día tras día la propaganda soviética:
"Tic tac tic tac, Stalingrado fosa común. Cada 7 segundos muere un soldado alemán. Tic tac tic tac tic tac tic tac".
Se organizaban fiestas y comilonas a las orillas del Volga para martirizar al enemigo que se moría de inanición.
Al final, de los 250.000 soldados alemanes que llegaron para conquistar este bastión imposible, solo consiguieron salir 90.000 tras la capitulación, de los cuales, solo 5.000 pudieron volver a su país.
Esto, es, a groso modo, lo que recuerdo de la Batalla de Stalingrado, dejando de lado todos los movimientos de tropas y estrategias equivocadas del histrionico Hitler.
Y por último quiero hacer un homenaje a esos personajes de las novelas de Sven Hassel que acabaron convirtiéndose en mis camaradas también.
Porta, Hermanito, el viejo, el legionario, Peter Barcelona Blom...








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