sábado, 27 de mayo de 2017

Barcelona 50-60

Hago caso a medias a mis amigos José y Goretti. A medias porque no voy a borrar el post anterior, solo voy a olvidarlo. No lo borro porque siempre vuelvo a leer cosas determinadas que he escrito, cuando estoy en otro estado de ánimo, e intento averiguar de donde salió y porque.
Hablemos de otra cosa pues.
Llegué a Barcelona a finales de los 60 en aquel bum de la inmigración. Mis padres, como tantos otros, vinieron de Andalucía buscando un futuro mejor... ¡¡No!! Rectifico, mi padre hizo eso en el año 57 cuando aún era soltero. Y esta ciudad se le metió dentro.
Durante toda su vida aquí, trabajo como mozo de parada en el Mercado Central de Frutas. Pero en el año 57, ese mercado era el... ¡Born!. ¡Imagináis cuantas veces pasó con su carretilla llena de cajas por encima del gran yacimiento arqueológico sin saberlo!.


Y sobre todo se enamoró de los barrios bajos de Barcelona. Vivía en una pensión de la calle del Carmen, que enlaza las Ramblas con el Paralelo y sale justo en la parte donde estaba el teatro Arnau (local de Revista de pro).


Años después, siendo niña todavía, recuerdo haber recorrido esas calles donde aún malvivian tiendas cuyos escaparates relucían con lentejuelas, boas, zapatos imposibles... Todo el vestuario laboral requerido por una vedette que se precie.
También era el área donde se concentraba la prostitución. Pero no la de alto standing, esa estaba en sitios mucho más impensables.
La otra, la de la esquina y la farola, la del bolso y el cigarrillo, la de estar por casa.
Pero lo que mi padre adoraba era los gimnasios. Había muchos por allí entonces. Y me estoy refiriendo a esos gimnasios con cuadrilátero, espejo y saco. De allí salieron campeones de boxeo y era el último refugio para las viejas glorias que recordaban éxitos pasados.
Y como el no era de putas pero si de juego, se pasaba por las tardes a apostar en el frontón. Se movían grandes cantidades de dinero allí y los buenos pelotaris estaban muy bien pagados. Creo que aún se hace pero no estoy segura. Lo que si se es que el Jai-alai subsiste como isla en mitad de un océano de locales de máquinas tragaperras.
El movimiento, básicamente nocturno, de toda esa zona se animaba mucho más cuando atracaba un barco. Pero no uno de esos cruceros que llegan ahora a cientos y dan rienda suelta a miles de turistas.
Eran barcos rusos, americanos... Grandes buques de guerra que vomitaban marineros sedientos de alcohol, juego y sexo.
Todavía recuerdo de pequeña ver aquellos grupos de tripulantes rusos con sus graciosas gorras de plato sin visera y la cinta cayendo por detrás.
Mi padre volvió a Huelva, se casó con mi madre e inmediatamente se volvieron aquí.
Él dejo los barrios bajos y se fueron a vivir a Hostafrancs, cerca de Plaza España. Yo he adorado siempre esa parte de la ciudad. Está alejada de los turistas que visitan la Avenida Maria Cristina, la Fuente Mágica, el Palacio de Montjuïch... Pero tiene una inmensa vida comercial y cultural. Y lo que más me gusta, conserva ese sabor de la Barcelona obrera de los años 40 y a la vez se deja influir, aunque de lejos, por el ambiente canalla del Paralelo.
Sin haberlo visto, siempre llevaré en mi memoria, por las veces que me lo explicó mi madre, la imagen de ella, acodada en la barandilla del terrado donde tenían alquilada una habitación, mientras miraba a mi padre (un guapo y fuerte chaval de 23 años con vaqueros, camisa negra con las mangas dobladas y el pelo oscuro y rizado) que venía, sujeto de la barra por la parte de fuera de la puerta del tranvía, y que se bajaba de un salto en marcha, antes de que llegara a la parada. Ese tranvía yo ya no lo conocí.


Desgraciadamente el primer embarazo, fallido por cierto, de mi madre les hizo volver a Huelva. Ella no quería vivir esa experiencia sola, lejos de su familia.
Mi hermano nació muerto. Yo llegué a este mundo. Se me malogró otro hermano y al final nació mi hermana.
Pero para cuando eso ocurrió, él hacia tiempo que se había vuelto a Barcelona.
Al final arrastró otra vez aquí a mi madre minusvalída y dos hijas pequeñas (mi hermana de cuatro meses y yo de cuatro años). Solos en esta gran ciudad.
Pero cuando un día, yo le espeté creyendo que me cargaba sus argumentos: "Al final tu, como todos, viniste a esta ciudad a buscar un futuro mejor", me dejo muda al contestar: "No, yo vine a esta ciudad porque la amo".
Esto es una visión de la Barcelona que va de finales de los 50 a finales de los 60 a través de la experiencia de mi padre.




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